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Tuesday, July 06, 2004

Hotel Paradise

El sol los despertó en la cara, eran las 8 de la mañana y por fin habían llegado. Bajaron del camión, y sin maleta se dirigían a la casa. Por las calles la gente los miraba, llegaron a un portón, tocaron y esperaron a que les abrieran.

Él miraba a los perros en la calle, le llamaban la atención. Todas las casas estaban juntas, cada una con un color diferente. Había mucho ruido, los vendedores, la gente que se saludaba de una esquina a otra, las camionetas en las estrechas calles.


- Doña Venus, le quería pedir un favor.

Doña Venus siguió doblando sábanas sin ver a Sara.

- Le quería pedir este sábado libre.
- Sara, ya sabes como es esto. No días libres en fines de semana, es cuando tenemos más gente.
- Pero, Doña Venus es importante. Caridad me dijo que podía venir en mi lugar.
- No, imposible. Este sábado es de Caridad.
- Pero a ella no le importa venir, al contrario mejor para ella.
- Sara, déjame terminar esto, ya vete a terminar tus cuartos.



Sara tenía menos de un mes en Estados Unidos, por una amiga de la Iglesia supo de Doña Venus, quien trabajaba en el Hotel Paradise. “No necesitas papeles, varias de la Iglesia han trabajado con ella”.

El Lunes a primera hora Sara estaba en el hotel preguntando por Doña Venus. El empleado de la recepción no le entendió a Sara, pero era obvio a lo que iba, llamó por el Walkie Talkie a Doña Venus.


Oyeron que alguien del otro lado abría el cerrojo. Con cara de sorpresa y sin saber muy bien que decir la mamá de Sara abrazó a su hija. “Sarita, ¿qué haces aquí m´ja?. Sara sin contestar le dijo a su mamá. “Mire ma, este es Mike”. Mike muy amable extendió su mano y con su mejor español le dijo: -Mucho gusto, señora. La señora nunca perdió la compostura, ofreció al gringo un vaso de agua de piña y lo dejó sentado en la sala, mientras jalaba a Sara al cuarto.

Bajita, regordeta y paranoica apareció Doña Venus, sin verla a los ojos, le dijo: -sígueme. Dos preguntas y dos respuestas. El martes Sara vestía el uniforme de limpieza.

- Hoy vas a trabajar conmigo niña. Yo hago las camas y tú haces los baños.

Doña Venus enseñó a Sara como doblar las toallas, cómo limpiar el piso del baño, prácticamente había que ponerse de rodillas, la supervisora de limpieza era hija de nazis, revisaba los cuartos con guantes blancos y llevaba una regla para medir los lados de las camas.


Había terminado el primer día y Sara no podía creer que había limpiado 15 baños. Checó su tarjeta y se fue, las demás empleadas ya habían terminado.

- ¡Sara, por amor de Dios que estas pensando hija!, tu papá te va a matar cuando te vea aquí con un gringo.
- Mamá, ayúdeme usted, la verdad es que no se como le voy a decir a mi papá.
- ¡Pero Sara, en que enredos me metes a mí!, Tu papá se va a enojar muchísimo cuando vea a ese señor en la sala.
- Ándele mamá, usted es la única que me puede ayudar.
- ¿Hija no entiendo que haces aquí, por que te regresaste, por que trajiste a ese señor contigo?

El miércoles Sara llegó 15 minutos antes de las 8. Tomó su tarjeta para checarla, cuando le cayó encima Doña Venus.

- Las tarjetas no se checan hasta las 8 en punto.
- Perdón, no sabía.


Ponía sábanas y toallas limpias en el carrito. Conoció a Caridad, le decían “balcera”, y a Martina, otra mexicana. Los nombres de los demás empleados los olvidó inmediatamente, ya era hora de trabajar. Una tras otra checaron sus tarjetas y empujaron sus carritos.

Para el jueves Sara ya tenía su propio carrito y su lista con 18 cuartos para limpiar. El tiempo se pasaba rápido, la supervisora no hablaba español, pero se comunicaba bien con las miradas. Pasaba por los pasillos para ver que estaban haciendo las recamareras y cerciorarse que no encendieran la televisión. Habían habido quejas de los huéspedes, por que habían encontrado su televisión puesta en el canal latino.

La supervisora entró en uno de los cuartos a Sara. Señalándola con el dedo le dijo:

- Tú muy lento, más rá pi ro, 20 minutes per room. OK.
- ¿Perdón?
- 20 minutes per room, no more time.

Se fue.

Martina trabajaba en el mismo piso, se acercó a Sara y le dijo:

- ¿Qué te dijo la vieja?
- No sé. Algo como de tuenti minut.
- Ahhh sí, es que quieren que les hagamos los cuartos en 20 minutos.
- No quieren pagar más de 7 horas diarias
- Pero son un chingo de cuartos y somos sólo 4.
- Pus, ya ves estos pinches gringos.

Sara salía exhausta del trabajo a las 3 PM, llegaba a dormir, su prima trabajaba en un supermercado. Se levantaba como a las 5PM para preparar algo de comer y esperar a la prima.

Balcera era muy rápida, era la favorita. Tenía casi un año de trabajar en el hotel. Por eso de vez en cuando podía gozar de un sábado. A Martina lo único que le importaba era que le pagaran. Elena, una peruana, nunca hablaba. Doña Venus además de ayudar a hacer cuartos, trabajaba varias horas en la lavandería. La lavandera de planta faltaba de vez en cuando por que tenía que visitar a su esposo que estaba en la cárcel en otro estado.

Mike, esperaba sentado en la sala. Oyó que la puerta de enfrente se abría, entró el papá de Sara. Vio al gringo sentado con el vaso de agua de piña en la mano. Dejó su sombrero en el perchero y dijo:

- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Que se le ofrece señor.
- Mi llamo Mike, y soy amigo de su hija Sara.
- Mi hija no esta aquí señor, esta en el otro lado.
- Disculpe señor pero su hija y yo llegamos esta mañana.

De los demás empleados no había mucho que decir. Se entero que Mike, era esposo de la nazi. Mike cuidaba la piscina, cambiaba focos, destapaba los escusados, y cualquier otra cosa que requiera la sabiduría masculina. Mike era texano, cowboy de corazón, se había criado en una granja en el norte de Dallas.

Mike hablaba español por que de pequeño jugaba con los hijos de los peones.

- Señor Mike, puede venir a ver el baño del 413

Con su más puro acento texano contestó:

- ¿Qué pasa con el baño?
- Parece que no funciona.
- Ya subo.

El uniforme no era muy favorecedor, la camisola era amplia y el pantalón holgado, sin embargo Sara se las había arreglado para cortar un poco la camisola y ceñir el pantalón. Cuando llegó Mike al cuarto Sara terminaba la cama, inclinada sobre la cama dejaba ver en todo su esplendor su generoso trasero. Mike se quedó como hipnotizado. Sara sintió la pesada mirada y se levantó como un resorte.

Ninguno de los dos se pudieron reponer, ambos hablaban nerviosos e incómodos. La nazi tenía radar, había seguido al marido y lo encontró hablando con Sara. La nazi dijo algo en inglés, Mike contestó molesto. La nazi lo espero en la puerta hasta que terminara de destapar el baño.

Sara trataba de evitar al gringo, el gringo hacía lo mismo. La nazi con su radar perseguía al marido todo el día. De vez en cuando Mike y ella se cruzaban en alguno de los pasillos, no se miraban a la cara. La nazi de la nada aparecía y encontraba mil manchas, camas mal hechas, y toallas mal acomodadas en los cuartos de Sara.

Doña Venus, quien lo podía ver todo, le dijo a Sara.

- Niña, ¿quieres que te de un consejo?
- Díga, Doña.
- No te metas en líos, sabes por que te lo digo, ¿verdad?

Sara se quedó en silencio.

- Que mi hija ¿qué?
- Si señor regresamos esta mañana.
- ¿Quién es usted?, ¿Qué quiere usted con mi hija?
- Well...

El papá de Sara no lo dejó contestar y se le tiró al cuello, para ahorcarlo. El gringo dejó caer el vaso de agua de piña para defenderse. El papá de Sara gritaba: “Si le has puesto una mano encima a mi hija aquí te mueres gringo hijo de puta”

Sara y su mamá salieron del cuarto en cuanto escucharon la bulla. Sara saltó a separarlos y su madre gritaba: “Déjalo José, por favor José, no te comprometas”. En el forcejeo el papá de Sara le tiró un puñetazo a Mike que lo recibió Sara. Sara cayó al suelo todavía con su falda de florecitas. Todo se detuvo.

Sara tocó la puerta: “Housekeeping”, nadie contestó, abrió la puerta de prisa y se metió al baño, salió al pasillo a buscar toallas limpias, cuando regresó encontró a Mike dentro del cuarto. Él le puso la mano en la boca para que no gritara.

-Por favor no gritar, no voy a hacer nada.

Ella abría más los ojos, y sin decir nada el gringo le plantó un besó. Al principio Sara se resistió, no por mucho tiempo. Dejó caer las toallas al piso. Se separaron, Mike sin decir nada salió del cuarto, revisando que nadie estuviera en el pasillo.

Martina vió salir del cuarto a Mike, y corrió a encontrar a Sara.

- Ayy manita, te ligaste al gringo.

Sara estaba atónita, no podía creer lo que había pasado.

- Martina, por tu mamacita no digas nada, por que me voy a quedar sin chamba.
- No te apures, no digo nada.

Curiosamente los baños de los cuartos de Sara se descomponían frecuentemente. Coincidiendo con las juntas a las que tenía que asistir la nazi. Doña Venus estaría ocupada en la lavandería. Habían despedido a la lavandera no pudo regresar a tiempo de una de las visitas al marido.


En la cocina, la mamá de Sara le ponía hielo a la herida, se le había abierto el labio. El papá de Sara entre el coraje y la decepción había tomado su sombrero y se había vuelto a ir. El gringo no sabía que hacer, lo único que sabía es que la cocina de Doña Meche olía muy bien y a él ya se le estaba abriendo el apetito.

No se decían nada solamente se besaban y acariciaban. No habían hecho el amor todavía.

Después de un mes así Mike dijo:

- Sara necesito estar contigo. Pide el sábado libre te llevo a pasear.
- ¿Y que le vas a decir a tu mujer?
- Ella va a salir a Dakota a ver a su madre.


Comieron, la mamá de Sara veía como el gringo comía una tortilla tras la otra, cuando se terminaron las tortillas del canastito la señora dijo: “Joven, ¿quiere más tortillas?”, Mike con la boca llena asintió con la cabeza. En esa sentada Mike se comió un kilo y medio de tortillas.

Se hacía de noche y el papá de Sara no regresaba. Como a las 9 de la noche se oyó el cerrojo de la puerta. Don José se presentó. Los tres lo esperaban en la sala. Dejó el sombrero en el perchero. Se sentó en su sillón y se dirigió a Mike.

- ¿Señor tiene usted algo que decir?.
- Yo estoy muy apenado. Lo siento.
- Sara ... Meche déjenos solos. El Señor y yo tenemos que hablar.

Doña Meche se dirigió a su marido

- José dame la pistola por favor.
- Ya vete mujer, déjame en paz.
- Dame la pistola José.
- Que te vayas te digo.

El gringo sudaba. Las dos salieron de la sala, pero no despegaron la oreja de la puerta. Doña Meche sacó su rosario y le rezaba a la Santa Cruz para que José no le hiciera nada al gringo. Después de media hora. José llamó a Doña Meche.

- ¡Meche!

La señora volando salió del cuarto

- Prepárale al señor el cuartito, se va a quedar a dormir hoy.
- Sí, José.

Sara se queda con nosotros en nuestro cuarto.

A Doña Venus se le había ablandado de pronto el corazón y permitió que Sara faltara el Sábado, a condición que Caridad la cubriera y Sara viniera todos los fines de semana de los siguientes dos meses.

Mike pasó por ella al Mall, ella vestía una faldita floreada, una blusita de tirantes y llevaba unos zapatos y una bolsa de color rosa. Él se puso su camisa de cowboy, sus botas y su texana.

Se dirigían a San Pedrito el pueblo vecino. Se registraron en un hotel de cuatro estrellas con nombres falsos, pagaron en efectivo.

Hicieron el amor durante toda la tarde, pidieron pizza y miraron televisión en español.

Casi un mes había pasado desde el regreso de Sara, preparaban la boda. El gringo trabajaba con Don José en el puesto que tenían en el mercado. El gringo había resultado buen comerciante, vendían ropa. Las señoras no se podían resistir al acento del gringo y compraban lo que él les ofreciera.

Don José lo empezaba a apreciar. Aunque la parte pesada del trabajo todavía la hacía el gringo. Sara seguía durmiendo en un catre en el cuarto de sus papás. No habían hecho el amor desde el hotel de cuatro estrellas, la vigilancia de los padres de Sara era peor que la de la nazi.

Se hacía tarde.

- Mike, ya vamonos se nos va a hacer de noche y mañana tenemos que trabajar.
- Sara, I am in love with you.
- ¿Qué?
- Te quiero.
- No me digas nada, tú estas casado.
- I don´t want to go back.
- Yo tampoco pero trabajamos mañana.

Sara se quedó quieta cuando vio que lo que Mike decía era en serio.

Se quedaron en el hotel, sacaron $1 000 dólares de dos cajas automáticas. Mike le vendió su coche al gerente del hotel por $1 500, tuvieron que esperar hasta el Lunes para cerrar el trato.


Con lo que tenían puesto tomaron el camión que los llevaría lejos del hotel de cuatro estrellas, de San Pedrito, de la nazi entre otras cosas.


El dinero que trajeron de Estados Unidos lo utilizaron para comprar más mercancía, el gringo y Don José ya eran socios. La Boda la pagaría Don José, después de todo era su hija.

El vestido de Sara estaba lleno de vuelitos y encajes, llevaba una corona hecha de migajón con harta diamantina, lucía espléndida, al gringo lo vistieron de traje negro, se le veían los ojos más azules. El papel picado adornaba la calle, todo el pueblo estuvo invitado, no faltaron las viejas chismosas que hablaron de Sarita. Las primas de Sara ya planeaban irse para el otro lado. La música sonaba en toda la cuadra. Los niños corrían alrededor de las mesas. La gente espantaba a los perros a patadas. Todas las mujeres de la familia en la cocina ayudando a Doña Meche, quien no se aguantó y lloró en la Iglesia. Sirvieron mole y arroz rojo. El gringo, el más feliz en esa sentada se comió un kilo de tortillas con su mole.


Fabiola
Julio, 2004.



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